Eso decía Hemingway. Y yo quiero que Paris me siga.
Paris. Qué se puede escribir que no esté escrito. Una vez leí que Paris era una ciudad abierta al cielo. Es cierto, Paris no se niega al cielo, y deja que este la cubra como un delicado abrigo de Dior. A ninguna ciudad como a Paris le sienta tan bien el gris. En esos días se deja fotografiar y como una modelo perfecta, todas las imágenes merecen ser reveladas, por que todas podrían acercarse a una instantánea de Robert Doisneau, aunque la foto esté sacada con una fría y nada romántica cámara digital.
Paris es una fiesta, una fiesta de buen gusto de “savoir faire”, un lugar donde todo tiene un refinado encanto, hasta los escaparates de las tintorerías. Curioso.
Paris conecta conmigo irremediablemente. Creo que no he visto bastante mundo para decir esto, pero Paris es mi ciudad.
Mi lado frívolo se marea en Fabourg Saint Honoré, todos los sueños que han bordado en mi memoria las páginas de Vogue se hacen allí realidad. Y entre fascinación y repugnancia capitalista, me extasío ante zapatos de precios imposibles, ante vestidos que podrían vestirme en mis ensueños de princesa contemporánea, y es que aún soy lo bastante pobre para tener fantasía.
Librerías de Paris, hermosas y fragantes de cultura. Los libros en la calle, calles como libros, tatuadas de historia, de historias. “Aquí murió Voltaire” dice una placa, “Aquí vivió Diderot durante los años en que dirigió la redacción de la Enciclopedia”. Cultura en todas partes, cultura bajo los adoquines que los estudiantes de la Sorbona en mayo del sesenta y ocho quisieron levantar para ver el mar. Bailarinas danzando entre las esculturas del Louvre al ritmo de saxo. Iglesias góticas adornadas con Cristos pintados a brochazos contemporáneos, y un museo hecho de extrañas tuberías que se asoma a buhardillas del diecinueve sacándoles la lengua. Lo viejo y lo nuevo en perfecta amalgama. Paris nunca será una ciudad antigua, nunca parecerá una mujer vieja.
Paris es una fiesta, una fiesta también para el amor y los sentidos. Proporciona interminables paseos para ir de la mano, innumerables esquinas en las que besarse, puentes en los que detenerse para mirarse a los ojos. No hay amor verdadero que no se exprima en Paris. Sin embargo, qué triste debe ser el desamor que se arrastre por esas aceras. Paris es una ciudad para comer, para beber, para amar, para amarse, para derretirse en Champagne y chocolate.
Paris. Qué se puede escribir que no esté escrito. Una vez leí que Paris era una ciudad abierta al cielo. Es cierto, Paris no se niega al cielo, y deja que este la cubra como un delicado abrigo de Dior. A ninguna ciudad como a Paris le sienta tan bien el gris. En esos días se deja fotografiar y como una modelo perfecta, todas las imágenes merecen ser reveladas, por que todas podrían acercarse a una instantánea de Robert Doisneau, aunque la foto esté sacada con una fría y nada romántica cámara digital.
Paris es una fiesta, una fiesta de buen gusto de “savoir faire”, un lugar donde todo tiene un refinado encanto, hasta los escaparates de las tintorerías. Curioso.
Paris conecta conmigo irremediablemente. Creo que no he visto bastante mundo para decir esto, pero Paris es mi ciudad.
Mi lado frívolo se marea en Fabourg Saint Honoré, todos los sueños que han bordado en mi memoria las páginas de Vogue se hacen allí realidad. Y entre fascinación y repugnancia capitalista, me extasío ante zapatos de precios imposibles, ante vestidos que podrían vestirme en mis ensueños de princesa contemporánea, y es que aún soy lo bastante pobre para tener fantasía.
Librerías de Paris, hermosas y fragantes de cultura. Los libros en la calle, calles como libros, tatuadas de historia, de historias. “Aquí murió Voltaire” dice una placa, “Aquí vivió Diderot durante los años en que dirigió la redacción de la Enciclopedia”. Cultura en todas partes, cultura bajo los adoquines que los estudiantes de la Sorbona en mayo del sesenta y ocho quisieron levantar para ver el mar. Bailarinas danzando entre las esculturas del Louvre al ritmo de saxo. Iglesias góticas adornadas con Cristos pintados a brochazos contemporáneos, y un museo hecho de extrañas tuberías que se asoma a buhardillas del diecinueve sacándoles la lengua. Lo viejo y lo nuevo en perfecta amalgama. Paris nunca será una ciudad antigua, nunca parecerá una mujer vieja.
Paris es una fiesta, una fiesta también para el amor y los sentidos. Proporciona interminables paseos para ir de la mano, innumerables esquinas en las que besarse, puentes en los que detenerse para mirarse a los ojos. No hay amor verdadero que no se exprima en Paris. Sin embargo, qué triste debe ser el desamor que se arrastre por esas aceras. Paris es una ciudad para comer, para beber, para amar, para amarse, para derretirse en Champagne y chocolate.
Paris es una fiesta que nos sigue y espero que en este largo invierno Paris me siga en la memoria, por lo pronto tengo un ahijado Parisino, y en Paris he olvidado, me he recompuesto, me he reído, he engordado y lo mejor, creo que me he enamorado que es lo que toca hacer allí.
3 comentarios:
Ha tenido Vd., srta., momentos brillantes en este su post : "champagne y chocolate" "triste desamor por las aceras"... pero, he de decirle muy a mi pesar, que me gustó muchísimo más su post sobre la capital del imperio: era vibrante, lleno de ritmo y pequeñas ventanas donde casi alcanzábamos a ver la ciudad. En éste va Vd. como dos pies por encima del suelo, esto es, enamorada como una tonta y hasta las trancas, perdidamente romántica, asín como es usté. En fin, no se lo reprocho, ha hecho Vd. bien, ha elegido la ciudad perfecta en efecto, pero no dejo de sentir ese efecto maggónglasé en el cielo de la boca tras leer éste post.
Dedíquese durante unos diíllas más al amor en toda su extensión y descanse del molesto ejercicio de la escritura. Escríbanos algo más reposado sobre esta maravillosa ciudad, pues lo necesitamos. Háblenos del olor del metro, del sabor del vino, de las buhardillas en las que le gustaría vivir, de los adoquines de las calles y sobre todo, de ese paladeo extraño que se siente ante los cuadros de Manet, de Degas, de Bonnard.
Besos!
Es tú visión de París, en ese instante preciso, dentro de un tiempo será otra, y depende de muchos factores, por eso cada momento es único, y las cosas se viven sólo una vez. Guarda el recuerdo, maquíllalo todo lo que quieras, sólo te pertenece a tí...Gracias por compartirlo, es una delicia.
Gracias Monaca... como decíamos ayer, viajar no es ver lo que ya conocemos... Para la gioconda siempre tendré más libertad en un buen libro que entre miles de cámaras... Viajar es asimilar, disfrutar, sentarse en un café y mirar a los que pasan, sentir la vida y la historia de las ciudades, emocionarse, llorar, amar por la calles... e incluso desamar inundandos por el romanticismo de una ciudad tan bella y tan grande... Y tan amada y desamada también...
Tu relato me emociona y me llena de ganas por vivir Paris... no consiste en viajar, consiste en dejar la mirar quieta, los sentidos serenos, y esperar a que te invada, siempre pasa y siempre es maravilloso... y lo que sientes, lo que traes de tu propia realidad, también está y te ayuda a ver las cosas de un color concreto... Por eso nunca esta de más volver a un sitio, seguro que no será igual, la ciudad sera la misma pero tú no... Y tú modo de sentir tampoco... Que gran cosa viajar!!!! Y que grande sentir viajando!!!... Siempre me quedará París...
Gracias
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