miércoles, 6 de junio de 2012

Hacia un verano eterno











Al cruzar el jardin, Douglas Spaulding rompió una tela de araña con la cara. Una línea aérea, invisible y única le toco la frente y se quebró en silencio.
Así, con el más que sutil de los accidentes, Douglas supo que aquel día sería distinto. Sería también distinto porque, como explicaba su padre mientras lo llevaba con su hermano Tom, de diez años, fuea del pueblo, había días que eran sólo un aroma, y el mundo entero entraba y salía por la nariz. Y otros, dijo después, eran días de oir las trompas y los trinos del universo. Algunos días eran buenos para gustar, y otros para todos los sentidos a la vez. Y ese día asintió Douglas, olía como si una huerta enorme y anónima hubiera crecido de noche más allá de las colinas, cubriendo el mundo con su cálida frescura. El aire olía a lluvia, pero no había nubes. De pronto un hombre cualquiera podía reir en los bosques, pero reinaba el silencio.

"El vino del estío"


Ray Bradbury ha muerto a los noventa y un años. Se marcha  cabalgando en los elevados vientos de junio y nos deja destilado en palabras el aroma intenso del verano de la infancia, las visiones de un futuro que es hoy y que arde a 451 grados Fahrenheit. Las crónicas de nuestra civilizanción que agoniza en Marte al igual que aqui en la tierra.

Belleza a raudales y emociones que se quedan para siempre como solo hace la gran literatura. En este mes de junio, que hoy tiene para mi el aroma de los campos de Illinois, descansa para siempre.