viernes, 19 de octubre de 2007
El espiritu perdido
…Que profunda emoción recordar el ayer…
Hacía calor, estábamos a 16 de agosto, sólo a mi se me ocurriría ponerme una camisa de lino naranja un día de sol para pasear por una ciudad llena de humedad y, lo que es realmente grave, llena de turistas.
…Cuando todo en Venecia me hablaba de amor…
Empezamos a andar por entre aquellas personas que caminaban como hormigas por entre las pequeñas calles. Las tiendas empezaba a repetirse y a ser aburridas: una quesería, una pizzería, una tienda de mascaras, una quesería, una pizzería… ni los quesos ni las pizzas ni las máscaras se me antojaban muy italianos al abrigo de tanto público. ¿Qué moverá a los turistas a comprar una máscara de 10 euros hecha en escayola y pintada en serie?. ¿Sentirán lo mismo que en Granada cuando compran flamencas de plástico?¿Realmente lo colgarán en sus casas?...
Calor y gente, gente que en vez de mirar aquella preciosa hornacina, una bella campana oxidada en una puerta, un ménsula renacentista o una gárgola, buscan desesperados el cartel que les lleve a San Marcos. Necios buscadores de fotos típicas que olvidan que Venecia es mucho más que una plaza con un palacio ducal…
… El sereno canal de romántica luz…
Al pasar por aquel puente lleno de joyerías cogí la mano de mi novio, por primera vez desde que estábamos allí… y no para sentirlo cercano y amante sino para no perdernos el uno del otro entre aquella multitud serpenteante y desagradable que se apilaba a un lado y otro del puente para conseguir esa foto que todo el mundo ya tiene…”yo en el canal”… “yo con la escultura de Casanova”… yo en, yo en, yo en…¿no es mejor mirar que perder el tiempo apartando gente para sentarte en una balaustrada y tener una foto de ti mismo entre un montón de turistas sudorosos y al fondo entre tu cuerpo y el de al lado un resquicio del canal y con suerte algo parecido a una góndola?... Por no hablar del no mirar la balaustrada, una preciosa joya del renacimiento…
…Ya no tiene el encanto que hacía soñar…
Más calles, más gente, más humedad, más sudor y más ganas de huir de Venecia. San Marcos… un lugar lleno de cabezas, cámaras… palomas… colas para la Catedral, para el palacio… Y sobre todos, desafiante, el león que mira impasible hacía el horizonte, probablemente para no observar tan dantesco espectáculo como son los buscadores de fotos y souvenirs…
…que callada quietud… que tristeza sin fin…
De pronto Venecia se nos vino grande, ruidosa, y decidimos salirnos de las flechas de ruta y meternos por la primera calle vacía… Allí, tras una esquina, una gran tienda de máscaras donde la manufactura y los materiales te dicen que no merece la pena preguntar cuando vale… no llevas suficiente en la cartera para pagar tanta belleza... Más allá una pequeña tienda de telas para disfraces. El mismo sitio en el que hace muchos años un director de orquesta miraba a fascinado a una bellísima mujer que se envolvía en ellas… Seguimos caminando… sigue habiendo gente, sigue habiendo ruido, y no ha dejado de hacer calor…
… Que distinta Venecia si me faltas tú…
Por fin puedo coger su mano para amarle, por que por primera vez podemos ir el uno junto al otro… Al final de la calle una pequeña iglesia… Dormida como el arpa de Bécquer… Nadie la mira… nadie se imagina qué puede dormitar allí, sólo quieren ver el canal y tener su foto...
Olor a velas… Una quietud y un silencio inusitados hasta ahora. Un mujer que reza, la primera veneciana que encontramos. Un cristo sereno. Un oasis de paz.
Y de pronto. Ante mis ojos. Sin cordón de seguridad, sin vigilante, sin cámaras una imagen que ya conocía. Allí ella y yo… La Madonna más hermosa de Bellini pintada al fresco. En el sitio para el que se concibió. Donde él puso su mano. Tan serena como la iglesia, provocando en mi una devoción que hacía años que había olvidado. Calmando mi desilusión. Recordándome cuanto amé el arte en otro tiempo… Nunca en España pudimos ver una obra tan capital sin haber rentabilizado alguna entidad la visita. Nunca pudimos ver un cuadro en su sitio, un tapiz de Goya en la pared de un palacio, un altar del Greco en la iglesia donde lo pintó…
Nadie la miraba, como nadie miraba las hornacinas ni las ménsulas… Nadie observaba aquella belleza en su estado más natural y sereno. Por fin encontré a Venecia. La Venecia de los Duques, la Venecia de Marco Polo, la Venecia del Tintorero, del carnaval, de Casanova, del anónimo Veneciano… De las máscaras, de las telas lujosas, de las góndolas… La Venecia que fue capital comercial del mundo… Allí estaba por fin, tan magnifica que guardaba en un rincón perdido, donde nadie imaginó, una joya incalculable. Y estaba allí por que a Venecia no le hace falta venderse ni cobrarse… Es grande… y yo muy pequeño.
… Que profunda emoción recordar el ayer…
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4 comentarios:
Precioso...
Que emocionante, que evocador...Me ha encantado. Un consejo para evitar el agobio turistico y el carnaval de borregos con camaras fotograficas que toma la ciudad en temporada alta, el truco es acostarse muy temprano, todo lo temprano que se pueda, y pasear por la ciudad en la madrugada y el amanecer, la humedad parece condensarse, dibujando una ciudad encantada que se abre ante nuestros ojos misteriosa y bella hasta parar el corazon en el pecho y si se va en amante compañía os aseguro que se muere de amor, como en la bellisima novela de Thomas Mann que aprovecho para recomendar.
Consigues que se me erice la piel con una historia como ésta, con la música de fondo, con el corazón con ganas de volar y miedo del avión.
Precioso.
Como tuuuuuu.
Besitos.
Los turistas son la peste de los turistas. Buena propuesta, escribiendo por detrás del papel pautado, por calles olvidadas por la marabunta.
La idea de Monaca es muy acertada, aunque no me la imagino acostándose temprano, jajajajajaja!, a esa lectora de las dos de la madrugada.
Aviso para navegantes: Salzburgo es otro truño del orden de Venecia. Para no ir. ¿alguna propuesta?
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