martes, 14 de octubre de 2014

Filosofia al calor del hogar




Reflexionando sobre cómo poner a salvo el discurso intelectual de la emoción irracional o del prejuicio.

Y eso que todavía me queda otra canasta.

 https://www.youtube.com/watch?v=KDO5u2YSbm0

viernes, 28 de marzo de 2014

Pequeña reflexión


He empezado a cantar por mi cuenta con una profesora particular. Una hora y media a la semana de emitir ruidos extraños (que no sabía ni que podía hacer) y de preparar arias clásicas que probablemente nunca cantaré ante nadie. Esta que he compartido es la que estoy preparando ahora... Podría cantarla cientos de veces y cada vez las disfrutaría igual. Ese momento me hace feliz. Y ahora pienso que me da igual que nadie me escuche nunca cantarlas.
La desaparición de alguien evidencia de sopetón que querías a esa persona, que la quieres... que la admiras. Y pone sobre la mesa la melancolía de no haber pasado con ella más tiempo y de haber disfrutado de una forma más completa de sus virtudes. Aunque no coincidíamos mucho en nuestras ideologías y en nuestras posturas, era una mujer auténtica y valiente (como bien me decía hoy Penelope).
Desde el primer día envidié (sanamente) la libertad de Concha, su capacidad para ser feliz y hacer lo que realmente era importante para ella. Creo que ha sido una mujer que ha disfrutado de si misma, y de lo que la vida le ha dado (siempre corta como decía Beardsley).
Al final es cierto que lo importante es el camino y ser lo más feliz posible en cada momento. No tienen sentido el sacrificio y la entrega a los deberes si no implican bien estar y paz...
Y en todo esto aprender hasta de la muerte. Ayer cuando Mónica me llamó para contármelo, me alegré de que fuera ella quien me daba la noticia, y le dije que la quería por que es cierto... Y de pronto olvidé por que en algún momento habíamos cortado nuestra relación (Mónica y yo) y recordé que Concha intentó que nos reconciliáramos...
Que caprichosa es la vida... y que injusta a veces...
Os quiero... pienso recordaroslo muy a menudo.

viernes, 28 de febrero de 2014

Clases de baile

-->





El otro día me comentó un amigo que él y su novia habían empezado a ir juntos a clases de tango.  Al principio me pareció una idea un tanto extraña, sobre todo por que mi amigo siempre ha sido un poco cortado, pero a medida que me contaba la ilusión que les hacía que llegara el día de la clase y lo que se reían en casa ensayando los pasos en el salón en medio de los muebles, empecé a pensar…

Las parejas debían ser capaces de bailar juntas.

Acompasar los pasos, medir las distancias, dejarse se llevar y saber llevar. El baile enseña mucho de eso, a estar juntos, a seguir el ritmo, a mirarse a los ojos.

Bailando hay que perdonar los pisotones, y a veces hay modificar el rumbo, hay que saber esperar.

Se puede susurrar al oído, sentir cerca los latidos del corazón del otro, acariciar, medir el espacio, mirar a los otros, pero también aislarse del mundo, compartir en silencio. 

El baile tiene mucho de rito, como el amor, mucho de anticipo y de sorpresa, y el cuerpo se pone en juego, aunque supongo que los mejores bailarines lo que más ponen en juego es el corazón.


lunes, 24 de febrero de 2014

Haciendo las maletas

Siempre que la vida se me complica París me recibe como una perfecta y elegante anfitriona, dispone para mi una mesa impecable y me sirve un festín en hermosa porcelana de Limoges, champagne en brillantes copas de cristal de bohemia. Me dejo emborrachar, dejo que París me cure como ha hecho siempre, que sople su viento húmedo sobre mi corazón vaciándolo de palabras.

Hoy, caminando por las calles mojadas he deseado intensamente marchar, bajarme del tren en Austerlitz una fría mañana de primavera y caminar sin rumbo, perdida  en el gris elegante de la ciudad que adoro como a ninguna otra, la que adoraré aunque conozca todas las ciudades del mundo.

París es una fiesta que nos sigue aunque no tengamos ganas de fiesta.

Hoy deseo pasear a la orilla del Sena, sentarme en un café de la Ile Saint Louis, comprar cosas bonitas en Le Marais, extasiarme delante de Olympia en el Museo D'Orsay, fumar un cigarrillo en el Pont Neuf, deseo perderme sola por esas calles abiertas al cielo, esas calles que visten la lluvia, las nubes o el sol como modelos del alta costura.

Necesito París, sus mujeres elegantes, el acento de su gente en las terrazas, el césped perfecto de sus jardines, sus ventanas, sus tejados, la buhardilla de la última vez, la risa de mis sobrinos y la charla de mi prima, siempre añorando el sol en el paraíso.

Así qué voy a ir sacando un billete aunque sea en el Google Earth, cuando París me llama, mi vida no puede faltar a esa cita.



lunes, 17 de febrero de 2014

Sin gruñir jamás... sabrá cantar


En esa maravilla que es ver por primera vez una película en el cine, sonaron los acordes de Chim-Chim-Cher-ee y yo empecé a llorar como un loco. Toda la inocencia perdida a flor de piel.
Quería verla y lo he conseguido. Sabía que pasaría dos horas mágicas.
De pequeño vi Mary Poppins cientos de veces... Todavía hoy cuando la encuentro en algún canal o voy a casa de alguna amiga con niño no puedo evitar fijar mi atención en esta joya del cine.

Aquellos que no tengan un punto de sus sueños infantiles en esta niñera mágica se han perdido realmente muchas y maravillosas sensaciones. Esta historia es tremendamente británica hasta el punto de no ser Mary Poppins una niñera simpática (más bien, si se analiza con frialdad, es una mujer dura algo germana). En mi memoria hay cientos de imborrables recuerdos asociados a los personajes: la madre sufragista, las criadas, el policía, el perro, el hombre orquesta, el director del banco... Una película donde la gente al reír de verdad ¡vuela!!. Creo que la escena que mejor define lo que es Mary Poppins es esta: 

Amando como amo está película no podía dejar de ver "Buscando a Mr Banks", y por supuesto maravillado me encuentro. La historia esta basada en como Walt Disney intenta convencer a la autora de la novela para que le ceda los derechos. Ella es una mujer estirada, dura y cabezona que no acepta ningún planteamiento edulcorado: no quiere música, no quiere dibujos animados, no quiere boberías...
La realidad es que Walt Disney intentó durante 14 años que ella cediera estos derechos y solo ante una estrechez económica ella aceptó viajar a Los Ángeles para revisar un posible guión. Para cerciorarse de que todo estaba en orden impuso que se grabaran todas las reuniones y es a partir de estas cintas (conservadas por suerte) como se ha podido recrear esta película.
La ambientación impecable, el vestuario maravilloso... Para amantes del racionalismo frívolo de los 60 americano: sillas divinas, vestidos abalenciagados, lujo y nostalgia. Emma Thompson no puede estar mejor (la adoramos)... 
Tenía mis dudas sobre si esta historia daba para una película entretenida y lo da. La película es amable, divertida y sensible para los amantes de Mary Poppins... Ayuda a entender la dureza de los personajes de la película... Un buen guión que busca de manera freudiana en el pasado de la autora para entender su obstinación y el control que quiso ejercer sobre la producción.
En toda la complejidad del pulso entre los dos genios uno va reviviendo sus sueños gracias a las escenas en las que se deciden aspectos de la película: el vestuario, el mango del  paraguas, los escenarios... y sobre todo la música. Emocionan las escenas en las que el guionista (P.L. Travers) y los hermanos Sherman (músicos) componen los números musicales de la película. Estos personajes y otros secundarios como el chofer y las secretarias son deliciosos y tiernos. He encontrado este pequeño docu sobre los personajes que me ha encantado.


Sería injusto si no destacara que Tom Hanks está maravillo (aunque no sea santo de mi devoción)... Y por contra que Colin Farrel sobra estrepitosamente en esta película...

Si alguien se anima yo repito!!


lunes, 27 de enero de 2014

Una anécdota invernal sin ninguna importancia


Para hacer un efecto más multimedia os he puesto un tema que me chifla... así pues podéis dar al play antes de leer...

Hace poco paseando por la calle recogidas miraba descaradamente a la gente que me cruzaba con bastante desdén. Pensaba yo en mi escrutinio que la mayor parte de las personas no me interesan ni un ápice... Nada de ellos podría generar en mi ni la mínima curiosidad. 
Me encontraba en ese desaliño de llevar toda la mañana sin rumbo en un día nublado, buscando uno de esos regalos de compromiso que uno no tiene ilusión por hacer. Las calles, las tiendas y la gente me parecían feistas. Me sentía como una especie Holly Golightly: igual de sórdida que el resto de los mortales pero diferente a la humanidad en algo: querer ser especial. 
¿A donde quiero llegar? a que ese día estaba yo en el egocéntrico ejercicio de suponer que el 90% de la gente está vacía y es gris (y yo no)... Un Walking Dead de seres carentes de estilo o de hábitos que marquen una diferencia que provoquen mi curiosidad. 
El momento era tan aciago en mi ánimo que incluso al cruzarme con hombres que me resultaban realmente atractivos (por apolíneos o por dionisiacos) encontraba en ellos motivos para desecharlos: tiene la piel muy grasa, debe ser de aseo distraído, seguro que no se puede hablar con él ni siquiera sobre la delicadeza de los detalles... seguro que fuma y le huele el aliento... De todos es sabido que todas mis parejas han sido grandes fumadores y esto nunca me desenamoró pero aquel día todo era susceptible de censura... 
Entre estas bellas y cálidas reflexiones (que tanto dicen de mi encanto), en la esquina de la Casa de los patos divisé a un muchacho que retuvo mi atención y al que observe detenidamente (un vicio que cada vez disimulo menos). No era nada del otro del mundo: edad inconcreta entre 25 y 45 años, alto, delgado,  barbilampiño, con el pelo negro y ensortijado.  No llevaba nada en las manos. Vestía un pantalón vaquero, un abrigo de tres cuartos de paño gris cruzado y una gran bufanda de punto azul de Springfield (que yo también tengo).
El chico esperaba a alguien. Encendió un cigarrillo y mi circunstancial espíritu devorador de virtudes lo tiró al pozo de los seres grises aunque no dejé de observarlo. Estaba prácticamente a un metro de él y aunque no me interesaba ya, hice algo que había dejado de hacer hace mucho: me detuve a escasos centímetros de él y respiré profundamente.
Olía extraordinariamente bien... a perfume seco, suave y limpio. Era el olor de una persona que ha buscado con detenimiento una esencia que lo describa. Mientras me alejaba de él saboreé su olor y reflexioné sobre la importancia de este sentido. El olor de una persona es más importante a veces que su aspecto o su estilo... Aquel hombre, sin duda, era un señor más que interesante y nada gris.
En la esquina siguiente me volví para retener su aspecto pero ya no estaba. Por un instante pensé en retroceder para intentar localizarlo en alguna dirección y saber a quién esperaba (chica, chico, familia, grupo de amigos... o quizás esperaba a un desconocido... o incluso se fue por que el esperado no llegó). 
Pero no lo hice: me merecía la pena que aquel desconocido se quedara en mi memoria como aquel chico con buena pinta y edad inconcreta que olía tan bien...
Mientras continuaba caminando pensé que algún día compartiría esta experiencia con mi Famiglia di Malatesta... 

miércoles, 8 de enero de 2014

La maravillosa historia de Madame de Florian

En Estación diseño imparto la asignatura de Cultura del Diseño de Interiores dentro de Grado de Diseño de Interiores. Este tesoro es sin duda un perfecto argumento para una case de historia de la decoración...

En 1942 París dejó de ser una ciudad amable y romántica. Las casas de moda como Dior o Balenciga cerraron, los diseñadores gráficos (Cassandre, Erté, Carlú...) se exiliaron a Estados Unidos  y muchos parisinos abandonaron el continente en busca de un futuro más alentador en América. Dicen los cronistas que la ciudad nunca ha recobrado la luz dorada y la riqueza de aquellos felices años en el que parecía que nada malo puede ocurrir en París.
Marthe de Florian abandonó París ante la invasión alemana y se refugió en el sur del país en busca de una vida tranquila. Cerró su precioso apartamento de Pigalle (cerca de la Opera Gardnier) dejándolo tal y como ella lo había vivido. Sin duda pensaba volver algún día, ya que hasta su muerte continuó pagando el alquiler; pero nunca regresó.  
Aquella puerta, en aquel señorial edificio, quedó cerrada durante 60 años sin que nadie se percatase de que el interior de aquel piso permanecía congelado desde 1942... Tras la muerte de Madame de Florian, fruto del inventario judicial de sus vienes, ha aparecido esta joya en el estado en el que ella lo dejó al huir precipitadamente.
¿Quién era Marthe de Florian?. Además de actriz de profesión sabemos  esta mujer fue una presencia habitual de los círculos intelectuales parisinos. Entre sus amantes Georges Clemenceau (primer ministro Francés 1917-1920), y el fabuloso pintor Giovani Boldoni cuyas cartas continúan entre los documentos que quedaron allí olvidados. Testimonio de este amor es un maravilloso retrato de nuestra protagonista que Boldoni que aun colgaba de las paredes del salón (recientemente subastado batiendo el récord de este pintor). 
Un exótico hallazgo que retrata aquella sociedad caprichosa del Art Decó, donde se mezclan obras de arte, muebles del XIX, peluches y animales disecados. Estas imágenes hablan por si solas... Un nostálgico viaje al pasado que hemos tenido la suerte de reencontrar para poder soñar con aquel luminoso París... ¿Quién no ha soñado alguna vez una vida como la de esta mujer?