viernes, 30 de enero de 2009

El bueno de la película


Pudiera ser que al final todo el estruendo que se ha montado se vuelva en nuestra contra, aunque ahora no parezca posible. De cualquier forma, espero que no resulte ser así. Obama es la figura mediática con más puja en el mercado de la imagen y del ideal político y social que existe en estos momentos en el ámbito mundial. No quisiera convertirme yo en el cenizo que haga  zozobrar el barco de la ilusión de tantos, pero me pregunto con qué derecho se carga a un solo hombre con la responsabilidad de subsanar la caótica situación de crisis (sí, ahí está la palabrita agotada) en la que se encuentra sumida el planeta. Habría que comenzar por explicar, porque aunque parezca que no hay muchos que no aciertan a pensar en esto, que esos cambios y esas soluciones no las aporta jamás un solo hombre. Al igual que los errores, o las grandes meteduras de pata, no son producto de una única voluntad. En esto me ha hecho pensar la película de Oliver Stone, “W”, sobre la vida George W. Bush. Lejos de mi intención disculpar a este papanatas, que encarna a la perfección todo aquello que uno no debiera desear ser nunca. Pero, aún así, me hizo reflexionar sobre cómo se realiza el reparto de responsabilidad. Si el pueblo americano fue “tan estúpido” de reelegir a un presidente como Bush, alguna razón habría, no sé si la locura colectiva, el encantamiento de algún hechicero, o la lectura subliminar de “vota a Bush” en los paquetes de cereales…Eso se me escapa. Lo que sí creo es que Norteamérica debiera aprender algo de sus cagadas a gran escala, como fue la reelección, no de Bush (que ya es bastante lamentable) sino de un gobierno que se pasaba por el forro a la ONU, que quebrantaba las leyes internacionales, que corría en pos del petróleo y, si no les importaban  los millares de muertos iraquíes, mandaba a morir a sus jóvenes patriotas, sin dar cobertura alguna a esas muertes, pues las imágenes estaban vetadas por el gobierno.  De igual forma que no se puede personalizar en Bush, porque es prácticamente impensable que un tipo tan “faltusco” tenga tanto poder, tampoco se debe creer a ciegas en un hombre, que si bien representa el ideal de la libertad y la esperanza para la mayoría, no es un nuevo mesías. Sólo es un hombre, hará lo que pueda y lo que le dejen, unas veces acertará y otras la cagará. No sé si esta tendencia a personalizar en un individuo el bien o el mal proviene de la herencia de los comics o de la tradición fílmica yanqui, pero, de cualquier modo, me parece un grave error y una idea simplista de la política y del  futuro, propia de una sociedad que aún se encuentra en la más incipiente pubertad.

viernes, 16 de enero de 2009

Kafka en la orilla del mar


Muchos han sido los libros que me han acompañado durante 2008, comencé con Tokio Blues de Murakami y, este año, como para no perder la costumbre y, como si el tiempo se hubiera suspendido, lo he inaugurado de nuevo con una novela del mismo autor: Kafka en la orilla. La prosa del japonés no da tregua al lector, más de setecientas páginas que se beben con igual ansia que el agua fresca en agosto. La construcción de los personajes es, de nuevo, para mí, sorprendente. Me pregunto el por qué de la descripción de detalles como lo que comen, cuándo y qué. Cuál es su forma de moverse, de qué marca son sus zapatillas o su gorra... Las referencias intelectuales a montones, desde Rousseau a Aristóteles, Eurípides, Beethowen, Truffaut, Haydn... Los sucesos extrordinarios, dejan de ser inverosímiles cuando te zambulles de lleno en la lectura, ¿flautas hechas con almas de gatos? Es posible. El chico de quince años más fuerte del mundo y el joven al que llaman Cuervo. Oshima, un muchacho con aparato reproductor femenino, pero que no tiene nada más de mujer, pero que, como le gustan los hombres, es ¿homosexual? Nakata, que dice ser tonto, pero que puede hablar con los gatos y hacer caer del cielo lluvias para nada usuales. La señora Saeki, viva a medias, escindida en dos mitades: una de quince años incorpórea, otra de más de cincuenta que se dedica a regentar una biblioteca y a escribir sus memorias para luego quemarlas. Una profecia nefasta, la de Edipo. La tragedia de vivir, el destino, la fatalidad y la belleza de encontrarse con uno mismo al final de la tormenta de arena.