Nunca había entrado en una clínica veterinaria. Le resultó especialmente profesional el sitio que había elegido al azar.
El perro había empeorado durante la noche y no había comido nada.
-¿Tiene chip?
-No lo sé.- La ¿enfermera? movió un aparato alrededor del cuello del perro que movía el rabo lentamente.
-¿Ve este tajo de aquí? se lo deben haber arrancado.- No miró. No quería sentir más cosas por él.
-¿Como se llama?-
-No lo sé.-
-Tengo que poner un nombre en la ficha.- Miro a su alrededor buscando inspiración. ¿Silla?¿mesita?¿folleto?... En una pared había un cartel de sensibilización.
-Amigo. Ponga amigo.-
Pretendió irse pero le indicaron que debía acompañar al perro durante el reconocimiento. El joven veterinario solo acertó a decirle que estaba muy agotado y que moriría pronto. Aquello le causo tristeza pero a la vez le produjo una cierta sensación de alivio. Quedaría ingresado y ella correría con todos los gastos necesarios.
Al salir por la puerta sintió cierta melancolía.
¡Mierda! era justo lo que quería evitar.
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