La historia que os quiero contar es totalmente verídica pero mágica. Es un poco larga, así que os la contaré en pequeñas entregas de un párrafo o dos...
Estaban solos en la carretera y quedaban 20 kilometros para llegar a Granada. Era de noche pero hacía mucho calor. Marisa y su chico volvían de un pesado viaje a Murcia donde ella había participado en una exposición colectiva. Sólo podía pensar en llegar a casa, ponerse el pijama y tomarse algo caliente viendo la televisión (mejor alguna frivolidad).
Pararon por que un animal cruzaba tranquilamente la carretera... era un ser raro, del tamaño de una banqueta, de pelaje muy muy rizado, largo y muy sucio. Cojeaba un poco. El bicho los miró parado en la calzada y se sentó sin ningún tipo de miedo o nerviosismo.
-Lo adelantaré... parece que no tiene plan de moverse.- Lo rodearon lentamente y al pasar a su lado pudo ver que movía el rabo como un perro... ¡Era un perro!. Estaba lleno de heridas y parecía muy cansado.
Pasados unos metros miró para atrás. El perro se había quedado de espaldas. De pronto sintió una melancolía terrible y le pidió a su chico que parara. Abrió la puerta del coche y en un minuto el perro se había subido a su regazo. Su aspecto de cerca era mucho peor de lo que había imaginado.
-¿Que vas a hacer con él? Tú odias a los perros...-
-No lo sé. Pero no soy capaz de dejar a un ser en este estado solo en mitad de la carretera.- Olía mal y estaría lleno de bichos pero no pudo evitar abrazarlo fuertemente. Sabía que era necesario.
CONTINUARÁ